Mi historia

Al final, todas las preguntas se reducen a: ¿quién eres y para qué estás aquí?

Mi misión

Más mujeres libres, poderosas y felices ganándose muy bien la vida haciendo lo que aman y aportando mucho valor al mundo.

Mis valores

Baso mi trabajo y mi vida en la honestidad, la lealtad, la autenticidad, la integridad,  la libertad, la pasión y la contribución.

¡Hola, bienvenida! Me llamo Esti Ortiz y soy muchas cosas. Periodista de formación, comunicadora por vocación y coach personal como forma de vida.  La palabra es mi herramienta de trabajo y la condición humana, mi tema favorito: llevo cientos de horas y varios años buceando en el mundo del desarrollo personal y la mentalidad, y aplicando eso mismo en mis sesiones ayudando a las personas a sentirse plenas y realizadas.


Todo empezó con una crisis existencial a mis 30 años. A ojos de cualquiera, mi vida parecía un éxito: trabajaba como responsable de comunicación y campañas en una organización internacional de periodistas en Bruselas, había cursado un máster en comunicación y asuntos europeos, hablaba fluidamente cuatro idiomas. Era joven, tenía salud, un buen puesto de trabajo que me permitía viajar, una buena relación con mis compañeros y mis jefes. Tenía amigos, planes, dinero, citas. Contaba con mi familia en España, con la que tenía muy buena relación incluso en la distancia.

Lo tenía todo. Y me sentía profundamente vacía.

Tan vacía que, a raíz de una ruptura amorosa que hizo de catalizador, por fin salió todo y toqué fondo. Recuerdo aullar como un animal herido hablando por teléfono con mis padres, a miles de kilómetros de distancia. Estaba hecha polvo. Intuía que tenía que empezar de cero, volver a la casilla de salida. No sabía muy bien para qué, ni qué iba a pasar después, pero sabía que tenía que volver. Volver a mi lugar de origen y a escuchar a la niña que fui y que sigue habitando en mí. Y seguir su intuición.

Foto de mi bautizo, con 3 años

A esta Esti pocos años después le encantaban los cuentos, grabar sus propios «programas» con un radiocasete y quería ser escritora.

Volver

No fue fácil. Volver a España, a casa de mis padres a mis 30 años, después de todo lo vivido, de ser una mujer independiente y autónoma financieramente como siempre soñé, con la que estaba cayendo en mi país, no fue nada fácil. De hecho, por eso me costó tanto tomar la decisión. ¿Cómo iba a dejar todo aquello? 


La vida me lo puso más fácil de lo esperado: hablé con mi jefe, un tipo muy majo, y aceptó sin problemas concederme una excedencia de un año y medio, con las mismas condiciones si decidía volver. Buscamos a alguien para reemplazarme ese tiempo, coloqué mi apartamento alquilado al amigo de una amiga, empaqueté unas cuantas cajas y tomé un avión de regreso.

 

La vuelta fue una odisea. Volver nunca es fácil. Llega un momento en el que no eres ni de aquí ni de allí, no eres de ningún lado. Me sentía más perdida que nunca. Con rabia, tristeza, impotencia. Como si nadie en el mundo pudiera entenderme. Me sentía muy insegura y frágil. Rota. Era más que soledad. Era pura desconexión. Era no entender nada. Temí caer en una depresión.


Fiché en una psicóloga cognitivo-conductual durante un año de terapia. Lo primero que me dijo fue que, para ella, yo no estaba de excedencia. Estaba de baja por estrés. Y empezamos a desbrozar. Me dijo que tenía talento para expresarme y para comunicar, eran unas sesiones agradables en las que indagábamos en mí y en la condición humana. 


Al principio, fichaba dos veces por semana. Con el tiempo, según me iba sintiendo mejor, las sesiones se fueron esparciendo. Una a la semana, luego un par de sesiones al mes. Los últimos meses de ese año de transición iba para hacer un chequeo. Sí, seguía teniendo mis mierdas, pero le había ganado el pulso a mi salud mental. 


Durante las sesiones, salían temas interesantes. Disonancias cognitivas, creencias limitantes, autoestimaEstaba muy interesada en lo que me contaba, en cómo funcionan nuestras emociones y nuestros pensamientos, y me empezó a pasar información porque sabía que me encanta leer y saber más. Ahí brotó una chispa, una semilla.


Pero la terapia me seguía dejando huérfana a un nivel más espiritual, más profundo, más trascendente, más filosófico.

El clásico quién soy yo y para qué estoy aquí, de qué va esto que es la vida. Ese paso lo di cuando estalló la pandemia, a raíz de un vídeo que apareció en YouTube de un tal Borja Vilaseca que hablaba de amar la soledad. De que la soledad era la edad del sol, y de que en ella una puede reconectar consigo misma, y ahí están todas las respuestas. Me estalló la cabeza.

 

Desde ese momento, yo, que en los últimos años apenas había leído novelas o libros más allá de mi trabajo, empecé a comprar un montón sobre desarrollo personal y a consumir muchísimos vídeos y podcasts sobre el tema. Siempre me había gustado leer, escribir y comunicar, pero me había faltado mi verdadero para qué

 

No me atraía nada la actualidad, la inflación, la guerra, las catástrofes. Me interesaba la condición humana. Y ahora por fin estaba delante de mi santo grial particular. Sentía que estaba volviendo paulatinamente a casa.  

 

El Coaching: mi para qué

A los podcasts y a los libros les siguieron las formaciones, entre ellas, una de Coaching. Por las mañanas, trabajaba en mi empleo de comunicación y marketing que había conseguido en mi ciudad natal y, por las tardes, en mi proyecto personal. Recuerdo esos días con mucho trajín y mucho cansancio, pero al mismo tiempo, me sentía satisfecha, imparable. Había empezado a transitar un camino y no había vuelta posible. 

 

No sabía muy bien si mi parada en el mundo del desarrollo personal y el Coaching iba a ser temporal para terminar de “sanarme” o bien si iba a determinar mi futuro profesional. Intuía que un poco las dos cosas.  Después, en esas clases maravillosas en directo comprobamos que 

El Coaching es una valiosa herramienta de autoconocimiento para que las personas indaguen en sí mismas y encuentren sus propias respuestas.

Y vi la luz. Y luego la puse en práctica con mis compañeros y compañeras. Y fluí. Y compartimos espacio, intimidad y sesiones. Y había verdad, había honestidad, había vulnerabilidad. Y también había ilusión por aprender y seguir adelante. Pude expresarme y comunicar, y tuve buena acogida en el grupo. 

 

A lo largo de mis sesiones experimentales, sentía que confiaban en mí. Y poco a poco fui reconduciendo mi síndrome de la impostora y fui conectando con mi cuerpo, con el momento presente, con lo que estaba pasando más allá de mí misma, enfrente, con el otro. Y fui aprendiendo a dejar a mi ego a un lado, a mandarlo callar. A conectarme con mi propia esencia y con lo que el momento pedía de mí para servir al otro en su propia búsqueda.

Mi cara de felicidad en la época en la que me estaba formando como Coach con Kuestiona.

El momento ajá

Seguí haciendo sesiones gratuitas un tiempo a amigos de amigos y a perfectos desconocidos a los que se las ofrecía. Recuerdo una de ellas, Verónica, a quien conocí en LinkedIn. Tras una conversación pública en su muro, le escribí un mensaje privado ofreciéndole una sesión. 

 

Aceptó. La hicimos online, a través de una pantalla, como muchas otras que había hecho, pero eso no le restó ni un mínimo de humanidad y calor a nuestro encuentro. Verónica estaba en una encrucijada, trabajando como autónoma en algo que le apasionaba pero sin tener los ingresos esperados.  


En la sesión, bordeamos la lágrima del dolor y también la chispa en los ojos cuando conectaba con su trabajo, con lo mucho que le apasionaba. Reconoció que le costaba pedir ayuda, y que hacía tiempo que tenía pendiente una llamada a una amiga querida. Fue una sesión de lo más agradable, de lo más honesta.

 

Al acabar, me mandó un feedback maravilloso, me pagó a pesar de que habíamos acordado que la sesión sería gratis y me dijo que llamó a su amiga nada más terminar, y que sentía un gran alivio. Supe que ahí había pasado algo


Me embargó una sensación maravillosa de utilidad. Por primera vez, me sentía útil de verdad, haciendo algo que me gustaba y encima cobrando por ello. La sesión le sirvió a Verónica, pero también para confirmarme a mí, a mi ego y a mi síndrome de la impostora que yo ya era Coach.  Que sirvo para acompañar a las personas y ayudarles a desatascarse


Como puedes imaginarte, pasado ese año y medio, me reuní con mi jefe de Bruselas para decirle que no volvería, y con el tiempo me decidí a lanzarme y a acompañar a muchas más Verónicas. 

A pesar del dolor, esa crisis me permitió ser más yo que nunca, hacerme las preguntas adecuadas, comprometerme conmigo y con lo que me gusta.

Con lo que me hace bien. Mejorar mi autoestima. Perseguir mis sueños afrontando el cambio y ayudar a que otras personas también lo consigan. Desde mis inicios, he acompañado a decenas de personas mediante el Coaching. ¿Serás tú la siguiente? 🙂


“Esti ha sabido llevarme por mis miedos y hacerlos flotar para poder atajarlos. Si no hubiese sido por la sesión, aún estaría con ese bloqueo mental que me estaba impidiendo avanzar”.

Verónica